No te vayas.
No me olvides.
No te alejes de mí ni siquiera cuando enfadada te lo pida a gritos.
No me abandones.
No me sueltes. Aún no.
No es la hora y ya pretendes abandonar. El árbitro ni siquiera ha llegado y tu ya das por perdido el partido. La liga. Y la copa.
Quédate. Que te he preparado una lista de esas interminables. De planes por hacer. De películas. De series. De capítulos. De desayunos. Almuerzos y cenas de magrugada. De sueños por cumplir. De las copas que me bebería contigo y de tí. De la borrachera de una noche en primavera solo con el olor de tu perfume en mi ropa. Y eso que tú nunca fuiste de usar muchos.
No te marches todavía. No. Porque podría darte mil razones y sin embargo ninguna te haría quedarte para siempre. Solo hasta que pase la tormenta. Y el vendaval. Porque no es el momento. No nuestro momento.
Que nos faltan enfados de cinco minutos y reconciliaciones de semanas. De construir amaneceres y romper alguna que otra cama. Que eras mi ca(l)ma favorita y el peor de mis remedios. Que nuestra libreta sigue sumando imposibles y yo te los cambiaría todos por paseos por el Retiro y cañas en La Latina.
Y la distancia es un número. Al igual que la edad. Y si unos se quieren con 10 años de diferencia yo te quiero desde aquí. A un centímetro y a 2000. En el país vecino o desde aquel donde nunca sale el sol pero te podría asegurar amaneceres de ensueño. En tu cama. En la mía. O en cualquier lugar que podamos hacer nuestro. Y mío. Muy mío. Para poder compartirlo contigo.
Y mañana no lo se. Pero hoy, juntos hacemos primavera.
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