viernes, 5 de febrero de 2016

Lo sabíamos y aún sabiéndolo decidimos estrellarnos.

Yo lo sabía. Tanto o más que tú. No tan rápido, si no lento y suculentamente desapercibido, como quien llama sin avisar a una puerta que no escucha. 
Yo lo sabía. Tanto que ni siquiera se oyeron ninguno de mis gritos ahogados en la madrugada que ya no estabas. Fuerte. Como las piedras que fui dejando en mi camino que solo a ti te indicaban como regresar un día cualquiera a casa. Yo sabía que tu hasta pronto era más bien un adiós de cobardía y que tu última sonrisa me pertenecería durante más de mil noches. 

Yo lo sabía. Que te gustaba verme marchar y sin embargo odiabas ver mis pasos alejarse. Que solo la madrugada empapada de botellas vacías sobre tu cama y alguna que otra compañía a la que susurrabas mi nombre te recordaba a mí. Eso. Y los días en los que es mejor no decir nada, cuando solo un abrazo nos salva del mundo y no nos vale cualquiera.

Yo lo sabía. Tan bien como tú. Que te alejarías y que podíamos ser el final de los finales empezando por un principio que nunca tuvimos. Que los viajes a deshoras perderían el sentido. Y los rincones de aquella ciudad se quedarían en la memoria de los que saben que lo fueron todo y ahora nada. 
Yo lo sabía. Que el tiempo por nosotros no pasaba pero la distancia hizo estragos improbablemente imposibles de reparar, como los corazones pisoteados por algún que otro idiota que solo vino a dejar huella y a llevarse algo que no es suyo. 

Yo lo sabía. Egoísta. Que vendrías a poner la puntilla en una historia para no contarme el final. Que pospondrías todos esos peros con mis puntos suspensivos esperando que algún día se alarguen más. Yo lo sabía tan bien como tú. Que te hacías el sordo siendo el sueco que nunca hablaba de nada. Que si yo era paz, tú venías proponiéndome la guerra. Que si yo elegía los veranos en tu espalda, tú los arrasabas a tormentas para no volver jamás. 
Yo lo sabía. Que si no apostabas, yo ganaba. Y si te ibas, la puerta siempre cerrada pero la llave bien guardada en aquel lugar al que prometimos no volver jamás. 
Y para seguir con la costumbre de dos locos que imponían reglas solo para ser capaces de romper con toda la verdad, volvimos.

Y tome tu llave. Y abrí tu puerta.

Y estabas pero no.
O sí, pero tampoco.
Yo lo sabía. Y sin embargo en ningún segundo se me pasó por la cabeza retirarme lo más mínimo.
Nadie deja su libro favorito a medias. O sí. Pero solo cuando conocemos nuestro final y no sabemos que hacer para remediarlo.

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