sábado, 23 de julio de 2016

Arrivederci.

Hacía mucho no disfrutaba tanto un abrazo. Ese sentir que puedes quedarte a vivir una eternidad en un olor que impregna cada rincón. Ese instante que dura segundos y sientes que nada gira alrededor.
Si que podemos pararnos en ese momento y decir adiós sin saber todo lo que esto implica.

A mí ya no me duelen las despedidas, o no lo hacen tanto cuando sabes que si se quiere; se puede. Y que volveremos a vernos si ambos dos lo intentamos.
Pero decir adiós a quien se queda me está resultando lo peor. Decir adiós a una sonrisa que te vio bailar y que bailo contigo. Decir adiós a quien le has entregado en tiempo récord esa parte de ti que no se entrega a cualquiera. Decir adiós a eso. A lo que dejas en alguien y no sabes si merecerá la pena. 

Nunca le encontré más sentido a romper a llorar. Porque romperse siempre ha sido sentir. Y echar de menos me parece lo peor. Detrás de quedarse con las ganas, y yo me he quedado con muchas. Y he guardado tus palabras a mi espalda. Y ya no más. Y posiblemente ya nunca.

Vamos a seguir contando mentiras y a decir que no nos importa. O hablo de mí. Porque ya no estás ni sé a dónde vas pero si de dónde vienes. Y porque yo he dado igual y me voy vacía a pesar de haberme sentido plena cuando estabas a menos de 30cm.
Que complicada se vuelve la rutina cuando se nos escapa de las manos, cuando vuela tanto que no vamos a saber dónde vamos a parar.
Y ahora rota, desarmada y confundida. Sola y ni contigo ni sin ti. Buscando entre lugares, rebuscando en los rincones y esperando que la luz de tu casa se vuelva a encender pronto estos días. O que llegue cuanto antes mi avión. 
Y me aleje. Y me vaya. Lejos del mundo y lejos de tí. Porque nunca fui de entregarme y si lo hago después huyo. 
Y esta es mi última opción.

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