martes, 15 de septiembre de 2015

Re-leyendo

Me dijeron que no es lo mismo vivir a dejar que los días pasen. Que romper las hojas del calendario está bien pero que no saber en que día vives es mucho mejor. Me contaron que llevar una agenda es organizado y bien útil. Pero yo nunca he sido partidaria del orden. Por eso sigues aquí.
Me dijeron que el desorden te desataba. Que te descontrolaba la vida, te rompía los esquemas. Que te cortaba las manías y aceleraba a 150km/h. Sin rumbo fijo y a piñón. Y supe que quería eso. Tu desorden. Idas y venidas hasta cansarme. Que te marches y verte marchar. Para volver a verte. Y esperarte. Que me esperes. Que me subas y me bajes. Que me aprendas. De memoria.
 Me dijeron que las manías no estaban tan mal si eran nuestras. Podíamos llegar a odiarnos y a querernos en dos minutos. En uno. En nada. Llegar al infinito nunca me resultó tan sencillo si estabas al otro lado de la puerta. Y conocí las ganas de matar y desgarrarte cada una de las partes de tu boca. Pero no. Porque me quedaría con ganas de más. Y eso nunca me ha gustado.
Me dijeron que dejar la miel en los labios no estaba mal. Ni bien. Pero que a veces tenía su punto. Me confesaron que podía llegar a escribirte la espalda con besos. Y borrarlos para volver a hacerlo. Calcule 37. 37 besos que medía tu espalda.
Me dijeron que eras un enigma. De esos que nunca terminas de descifrar. De los que parece que cuando es que si, te demuestran que no. Y así. Una y otra. Y otra más. Me contaron que te fuiste de la mano de alguna que otra loca en una noche en la que yo perdía la cabeza en la barra de cualquier bar. Y que los besos estaban vacíos si ya no eran de tu boca. Ni sabían dulces. Amargos. Como el café solo. Como tú. Como nosotros.
Me dijeron que mientras me esperabas la vida continuaba. Y yo te echaba de menos bajo las sábanas. Me prometieron olvidarte y aún sigo releyendo la última página de nuestro libro. La reescribo y cambio la historia. 

Y vuelves. 
Y estamos. 
Y me gusta estar.

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