miércoles, 28 de octubre de 2015

Estúpidamente estupendo

Un día voy a contarte todo lo que nunca te he dicho. Y vas a saber que era cierto. 
Te diré que me sorprendiste el primer día en un vagón que congelaba el tiempo. Que para engatusarme solo te hizo falta un café y que desde ese día no me saben igual si no son contigo. 
Voy a confesarte que te creí mío durante más noches de las que te tuve y que al hablar de tí sonreía sin quererlo. Que nunca te lo dije pero no necesitaba decirte nada para saber que podía buscarte. Y lo mejor es que venías sin avisar. A horas infumables. 
 
Un día vas a volver y voy a abrazarte por todas las veces que no nos dejamos. Y se que vas a sonreír. Y cuando lo hagas le encontraré sentido a las noches que no estuvimos. Tararearé nuestra canción hasta aborrecerla y te confesaré que tengo una libreta con tu nombre y todos los planes que nos quedan por hacer. Te diré que el siguiente es una cena de esas que acaban con el amanecer despertándonos. Y que dudaremos si soñando podíamos llegar a mejorarlo. Voy a contarte que me gustaba verte marchar tanto como a ti dejarme ir. Pero que lo mejor era reencontrarnos. En el lugar más esperado y el momento más torcido. Te diré que más de una noche al cerrar los ojos he vuelto al lugar de donde no debería haber salido jamás. Y que solo entonces me he sentido en casa. Te explicaré que mi sofá mantiene tu olor aunque nadie lo sepa. Y que mi piel tiene la huella de tus manos y hasta soy capaz de sentirla. 
 
Un día voy a confesarte que sabía que te marcharías. Siempre un poco antes que yo. Y te diré que me resulto fácil al principio. Inevitable quizás. Pero que seguía contando los días para volver. Volvernos a ver. Vernos. Reencontrarnos. Y quizás ese día te cuente que te eché de menos. Que te busqué en mis días y no te encontraba entre mis sábanas. Las noches eran más largas y un poco más oscuras desde que te marchaste. 
 
Quizás ese día te pida que te quedes un rato más. Hasta que pase la tormenta. Y el vendaval. Quizás ese día pueda confesarte todo lo que nunca te dije. O puede que solo me limite a disfrutarnos. A bebernos en pequeños sorbos como quien vive la vida. Y quizás vuelva a perderte. Y a ganarte cuando al destino se le antoje. Pero si te contara todo, esta carta no tendría sentido. 
 
Y nuestro improbable se haría imposible para siempre.

jueves, 22 de octubre de 2015

Me gustas tú.

Tú, tal cual, como eres, así, sin cambiar ni un ápice. 

Me gustas tú con tus cambios de humor, tú con tu montaña rusa, con tus carcajadas y tus no sé por qué, pero estoy triste.


Tú con tus hoy me visto como me siento, y escucho lo que me apetece. Tú y tu libertad. 


Tú con tus tradicionalismos pasados de moda. Y tus cosas de abuela. Ese también.


Tu y tus horas de lectura, de silencios y de "espérate que estoy leyendo". Incluso ese tú.


Y tus llantos oceánicos con la mínima cursilada que aparezca en la pantalla, o cuando sin decir nada dices "quiéreme".


Pero sobre todo me gustas tú, porque contigo, me gusto yo.

domingo, 18 de octubre de 2015

Del revés


Digamos que no era cuestión de esperar. Ni de esperarnos. Pero la vida nos unió un día sin previo aviso. Nos rompió uno a uno todos los esquemas. Nos sacudió con la fuerza de un vendaval y nos hizo tropezar. Perder y ganar en una misma jugada.
Digamos que creamos un mundo tan nuestro que no parecía real. Que me acostumbraste a vivir en una burbuja y un cuento de hadas. Digamos que me enseñaste que teníamos almas gemelas y el amor en poco más de cuatro paredes.
Digamos que el día que te marchaste yo ya sabía que volverías. Que esa fue la única razón por la que te dejé marchar. Pero aprendí a leer entre líneas mucho antes que a afrontar las despedidas. Y no se si fueron tus palabras a medias tintas. El temblor de tu voz al pronunciar mi nombre. El sudor de tus manos o tu mirada perdida por algún rincón de este lugar. No se si fueron las mentiras que me dijiste o lo inverosímil de la situación. No se si fue el "último abrazo" o el beso que no sabía a ser el último. Lo que se es que vi que no era el final. Al igual que se que tampoco es el momento. Que quizá huir me pareció siempre lo más sencillo y por eso estoy aquí. A miles de kilómetros. Viviendo en paralelo dos vidas y sin saber cual me pertenece.
Pero una parte de mi se ha quedado contigo. En la que hasta ahora fue nuestra última noche. En todas las promesas que aún me quedan por cumplirte. En nuestros planes a contratiempo y en los te quiero sinceros. Y te diré que no es ahora. Ni siquiera podrá ser mañana. Y puede que en meses no logremos que sea posible. Pero lo será. Y no tengo ninguna prisa ni ansia por seguir esperándote durante una eternidad. Porque lo sabes al igual que yo lo se.
Tienes eso que solo tu sabes hacer.
Haces eso que solo tu sabes tener.

Así.
Y del revés.

miércoles, 7 de octubre de 2015

Sin prisas pero sin pausas

Me gustaba creer que éramos diferente, que había personas que estaban destinadas por encima de cualquier catástrofe. Me gustaba pensar que solo necesitábamos un fin de semana y una ciudad de esas que enganchan para perdernos por sus calles hasta perder la poca cordura que nos quedaba. Me gustaba creer que era posible enamorarse en tiempo récord y que por muchas noches que pasaran seguiríamos viviendo en esa madrugada. Me gustaba pensar que nos habíamos dejado marca, como una quemadura que se te queda clavada en la piel para siempre, de esas heridas que nunca podremos olvidar. Ni queremos hacerlo. Me gustaba creer que existían los amores de una noche y que podíamos llegar a ser todo aquello que habíamos imaginado. Me gustaban tus manías por no dejarme marchar pero por dejarme libre el camino. Me gustaba recordar el trazo que dibujabas en mi espalda mientras el tiempo estaba congelado. Y mi cabeza apoyada en el espacio que se forma entre tu pecho y tu clavícula. Me gustaba tener una libreta con tu nombre con todas las cosas que nos quedaban por hacer. Y convertir todos los imposibles en improbables. Me gustaba verte reír a carcajadas y derretirme cuando confesabas llevar años buscándome. Me gustaba dejar las películas a medias para interrumpirlas con un plan mejor y así, tener siempre algo pendiente. Me gustaba verte cocinar para dos y que me sorprendas abrazándome fuerte mientras me ducho. 

Me gustaba saber que no teníamos prisa por vivir. Vivirnos. 

Porque no se trataba de esperarnos toda la vida. 
Era la vida la que nos había estado esperando.