miércoles, 7 de octubre de 2015

Sin prisas pero sin pausas

Me gustaba creer que éramos diferente, que había personas que estaban destinadas por encima de cualquier catástrofe. Me gustaba pensar que solo necesitábamos un fin de semana y una ciudad de esas que enganchan para perdernos por sus calles hasta perder la poca cordura que nos quedaba. Me gustaba creer que era posible enamorarse en tiempo récord y que por muchas noches que pasaran seguiríamos viviendo en esa madrugada. Me gustaba pensar que nos habíamos dejado marca, como una quemadura que se te queda clavada en la piel para siempre, de esas heridas que nunca podremos olvidar. Ni queremos hacerlo. Me gustaba creer que existían los amores de una noche y que podíamos llegar a ser todo aquello que habíamos imaginado. Me gustaban tus manías por no dejarme marchar pero por dejarme libre el camino. Me gustaba recordar el trazo que dibujabas en mi espalda mientras el tiempo estaba congelado. Y mi cabeza apoyada en el espacio que se forma entre tu pecho y tu clavícula. Me gustaba tener una libreta con tu nombre con todas las cosas que nos quedaban por hacer. Y convertir todos los imposibles en improbables. Me gustaba verte reír a carcajadas y derretirme cuando confesabas llevar años buscándome. Me gustaba dejar las películas a medias para interrumpirlas con un plan mejor y así, tener siempre algo pendiente. Me gustaba verte cocinar para dos y que me sorprendas abrazándome fuerte mientras me ducho. 

Me gustaba saber que no teníamos prisa por vivir. Vivirnos. 

Porque no se trataba de esperarnos toda la vida. 
Era la vida la que nos había estado esperando.

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