La conocéis. Se llama Macarena. 20 años, en unas horas serán 21. Melena rubia. Mofletes inflados. China cuando se ríe a carcajadas (y eso es casi siempre). Risueña. Loca. Divertida. Amiga. Utrerana de los pies a la cabeza. Y sevillana en otras ocasiones. Ahora italiana por los cuatro costados. Nadie mejor que ella sabe hacerte reír. Nadie mejor que ella te puede parar los pies. Y abrazarte. Cuando lo necesitas. Te mira y sabe que piensas. Duerme más que respira. Y no come carne. Por las mañanas es inaguantable y alguna que otra noche quisiera matarla.
No éramos
nada antes de llegar a esta ciudad. Aunque no lo parezca. Pero teníamos en
común historias y mucho futuro. Sabemos ya algo de las montañas rusas de la
vida. Y aquí, aprendimos a sobrevivirnos juntas. Nosotras y otro melón que se
nos unió en el camino. El que nos frena. Nos abandona y nos cuida. Es nuestro
hermano mayor. El que nunca tuvimos. Y no sabe la falta que nos hace. No se lo
decimos. O mejor dicho, no se lo digo nunca pero las cosas que no se dicen y se
saben son las que más valor guardan.
Conocen mis
manías mejor que muchos. Mi pasión por los libros, la poesía y la música que
nadie escucha. Saben que hay días que para mí es mejor pasarlos haciendo fotos
o escribiendo vivencias. De mí. De tí. De ellos. Y de nosotros. Me pidieron que
escribiera sobre esto. Pero no podía. No era el momento.
Y es que
llegar a una ciudad totalmente desconocida. A un país completamente nuevo. Con
personas que con solo estar aquí, sabes que serán inolvidables. La sensación de
andar por una casa que no es la tuya. El olor de la comida que no te pertenece. El
beso de buenas noches que ahora sabe diferente. Echar de menos lo que tienes.
Que te sobre lo que te falta. Perder personas. Ganar momentos. Soltar miedos.
Tirarlos por la borda. Romper los esquemas. Acelerar. Frenar. Derrapar. Escapar
pero no huir. Construir una vida que no era tuya y ahora sí. Hacerla a tu
antojo. Moldearla. Dibujarla. Montarla pieza a pieza. Beberte hasta los
imposibles. Los yo nunca. Que aquí la cerveza se bebe de un trago. Y si lo
haces de dos, a la próxima bebes doble.
No estaba
preparada para escribir sobre algo que no sabía si me pertenecía. Hasta que
llegas. Te paras. Te bajas del tren y a tu alrededor te están esperando. Y son
ellos. Los mismos que se montaron en él hace un par de meses. Los que te
abrieron los brazos. Te dibujaron sonrisas y te ofrecieron cervezas. Te
invitaron a una casa que ahora era suya pero que tampoco la sentían. Te
prometieron vivir una aventura contigo y hacerlo hasta el final. Sin soltarte.
Ni soltarnos.
La verdad es
que las promesas nunca fue lo mío. O no desde que aprendí que era mucho más
fácil romperlas que cumplirlas. Pero hay momentos que las merecen. Y este es
uno de ellos. Prometo vivir la aventura. Disfrutar cada sorbo. Despertarme con
sonrisas y acostarme con carcajadas. Coleccionar vida. Y momentos. Prometo
llamar hogar a mi nueva casa. Familia a todos vosotros. Prometo ser de aquí. Y
de allí. No olvidar de donde vengo pero saber a donde voy. Prometo acabar lo
que hemos empezado. Y prometo no defraudarme. Ni defraudaros.
No sé si
estaba preparada para escribir sobre esto. Probablemente no, y quizás nunca lo
esté lo suficiente. A lo mejor no me entendéis ni lo haréis jamás. Pero
preparada o no, mis manos se movían solas y mi cabeza iba más allá de la tinta
que dejaba marca en un papel en blanco. Y ahora sé que está grabado.
Por
nosotros.
A los que me
conocen. A los que lo siguen haciendo. Y a los que algún día me
conocerán.
Va por
vosotros. Y por mi primero.
No hay comentarios:
Publicar un comentario